Jesús Flores era un cafetalero viudo de setenta años que harto de su soledad buscaba con afán una compañera. Don Jesús tenía pinta de haber sido apuesto en sus años mozos, pero de eso nada quedaba ya, excepto el dinero que hacía sus arrugas y achaques “menos notorios” Don Jesús tenía su casa en Av. Alcalde en la ciudad de Guadalajara.
Cerca de ahí vivía una mujer viuda con tres hijas muy hermosas, familia dedicada a trabajos finos de costura, una de ellas muy agraciada, era del interés de Don Jesús, pero ella jamás estuvo interesada y se unió en matrimonio con un rico alfarero de Tlaquepaque. Ana, la última de las hijas veía con simpatía al viudo, y aunque él nunca se mostró interesado en ella, hizo uso de su coquetería al punto de que el viejo pronto se vio proponiéndole matrimonio.
Después de casarse viajaron a Europa donde el barco donde viajaban estuvo a punto de hundirse y en medio de la tragedia, el miedo y la desesperación la pareja juro que si uno sobrevivía el que quedará vivo rezaría en cada aniversario luctuoso del otro.
Doña Ana al regreso de su viaje completó la decoración de la bella finca con un par de imponentes esculturas, las cuales tuvieron que ser traídas directamente desde Nueva York, dando así lugar al famoso título de “La Casa de los Perros”.
Poco tiempo después don Jesus falleció dejando a Doña Ana sola, quien incapaz de soportar la viudez, muy pronto se consoló en los brazos de su fiel mayordomo Don José olvidándose por completo de la promesa que le hizo a su primer esposo y dejando la casa de los perros abandonada.
Cuentan las malas lenguas que la casa fue abandonada porque semanas antes de la boda, extraños episodios comenzaron a ocurrir en la casa; voces que parecían venir de ultratumba, luces extrañas, puertas que se cerraban y se abrían sin explicación. Con el tiempo se corrió el rumor de que aquel que rezara un novenario a las doce de la noche en el mausoleo de Don Jesús Flores en el panteón de Mezquitan, recibiría en premio las escrituras de la “Casa de los Perros”. Era requisito que los rezos se efectuaran llevando como única compañía una vela.
Mucha gente lo intentó, pero todos fracasaron. Algunos salían antes de cinco minutos, corriendo como alma que lleva el diablo, y con un miedo indescriptible en los ojos, explicando que una voz de ultratumba contestaba a cada uno de los rezos; otros se tardaban tanto en salir, que cuando los iban a buscar los encontraban desmayados.
Con el tiempo pasó la euforia, o se acabaron los valientes. Se destinó como sede del Museo del Periodismo y las Artes Gráficas de la ciudad de Guadalajara.